¿Creer es
irracional? ¿Tener fe es renunciar a pensar? ¿Un creyente no puede tener dudas?
Para muchos la fe es una expresión de
inmadurez e incapacidad intelectual, un mero sentimiento infantil o una evasión
de la realidad. Se la considera incompatible con el pensamiento científico, ya
que sería el resultado de posturas ingenuas y dogmáticas o de ilusiones
irracionales.
Muchos ingenuamente dicen “yo no puedo
tener fe, porque tengo una mentalidad muy científica”, como si una excluyera a
la otra. Otros con simpatía identifican la fe con meras “vivencias
espirituales”, como “un sentimiento positivo” que ayuda a las personas a vivir
mejor, como una realidad que pertenece al mundo de la mera opinión, donde no es
posible tener certeza alguna, ni pretensiones de racionalidad.
Esto
también tiene que ver con el ambiguo uso de la palabra “creer”, porque no es lo
mismo decir “creo que va a llover”, que afirmar “creo en Jesucristo”. No nos referimos al creer como mera
opinión, sino como el acto por el cual confío plenamente en aquel a quien digo
creerle y esto implica necesariamente un contenido. No es solo creer sin más,
sino creer algo a alguien. Tener fe es siempre confianza en alguien que me
revela algo.
La fe es una dimensión constitutiva del ser
humano que hace posible la vida y el progreso, que lejos de infantilizar y
alienar, nos humaniza, exige pensar, reflexionar y estimula al pensamiento a
preguntarse más allá de uno mismo. La confianza original del ser humano en la
vida misma nos permite dar pasos.
Todo el
tiempo vivimos de fe, no sospechando que todo es una ilusión o que nos engañan
permanentemente. Creemos a muchos autores que hemos leído
y no hemos salido a comprobar cada una de sus afirmaciones, porque son creíbles
para nosotros. Creemos al médico y al farmacéutico, al historiador y al
antropólogo, y a todo el que nos parezca digno de confianza. La fe como
confianza básica hace posible la comunicación, las relaciones humanas y el
aprendizaje. La única forma de relacionarse con alguien es mediante la
confianza que se abre al otro sin dominarlo.
Afirmar que la fe favorece el progreso
científico, que estimula el pensamiento, parecería para muchos una ilusión que
no se corresponde con la realidad. Pero no se puede negar que las ciencias progresan
porque los investigadores no parten de cero, sino que aceptan (creen) las
conclusiones a las que otros han llegado y tienen fe en sus teorías e hipótesis
que les impulsan a buscar su demostración. No es una casualidad que la ciencia
se haya desarrollado dentro de la cultura judeocristiana.
La fe
es el movimiento más básico y espontáneo que nos permite situarnos en el mundo
e interpretarlo racionalmente y con coherencia. Al nacer entramos en un mundo del cual
recibimos una cultura que nos condiciona, y es a través de sus presupuestos -en
los que tenemos fe- que avanzamos en la percepción de la realidad.
Ratzinger la describe como “una
decisión por la que afirmamos, que en lo más íntimo de la existencia humana,
hay un punto que no puede ser sustentado ni sostenido por lo visible y
comprensible; sino que linda de tal modo con lo que no se ve, que esto le
afecta y se le presenta como algo necesario para su existencia. (…) La fe
siempre ha sido una decisión que afecta a la profundidad de la propia existencia,
un cambio continuo del ser humano al que solo se puede llegar por medio de una
firme resolución“.
Tener fe no es renunciar a pensar
La célebre proposición de san Anselmo de
Canterbury fides quaerens intellectum (La fe busca entender), nos recuerda
que la fe hace posible el pensamiento y por ello no puede ir en su contra. Todo
conocimiento exige confianza y aceptación previa de presupuestos desde donde
situarse, sin por ello dejar de analizarlos para poder asumirlos con aceptación
confiada. La fe
no consiste en aceptar cualquier cosa, sino aquello que resulta creíble. Y
quien juzga la credibilidad es el ser humano, a través del uso de la razón.
Hacer propio lo que me viene de fuera
integrándolo en mi propio pensamiento, de manera que me sea connatural, que no
sea aceptado por simple imposición externa, requiere el análisis racional. Que
la fe sea puesta a prueba por el pensamiento, la credibilidad, forma parte de
toda fe auténtica, también de la fe religiosa.
Por otra parte, no se puede confiar en
cualquier persona ni aceptar cualquier cosa, sino aquello que resulta creíble,
digno de confianza. Creer no está exento de errores, de desviaciones y vacíos.
Es necesario para cualquier fe, la realización de una opción crítica, un juicio
previo sobre el testigo a quien creo y a la fuente de la creencia. También se
vuelve necesario en la fe, la conciencia de los propios límites y de la
subjetividad.
La fe busca llegar a lo real, busca
conocer la verdad. Por eso la
credulidad y el fideísmo son enemigos de la fe. La credulidad es eliminar la
posibilidad del juicio crítico sobre aquello a lo que adhiero, es fruto del
miedo a examinar lo que creo por si no llegara a ser cierto. La
credulidad es lo que se ha llamado una “fe ciega”. La fe busca conocer la
verdad, no replegarse en el cómodo relativismo de que todas las creencias son
opiniones sin importancia real.
La fe navega así en la tensión entre dos
polos opuestos. Por un lado, ante la credulidad y el fideísmo, que desembocan
en fanatismos y fundamentalismos irracionales de toda clase, en supersticiones,
posturas mágicas e ilusiones fantasiosas, es preciso confrontarse con la razón.
Por otra parte, ante una visión estrecha del conocimiento, que lo reduce todo a
la comprobación científica, que aplana el horizonte del conocimiento a lo ya
dado y verificado, hay que confrontarla con una perspectiva racional más abierta
y crítica, que tenga en cuenta todas las dimensiones de la condición humana.
Necesariamente la fe que quiera ser auténtica exige que no se renuncie a la
razón.
Creer
no significa entregarse ciegamente a lo irracional, ni es una especie de
resignación de la razón frente a los límites del conocimiento, ni una evasión
de la realidad. Es siempre una opción racional y libre, sumamente positiva que no va en contra de
la razón, sino que la impulsa a mirar más alto. Si bien lo que creemos no es
fabricado por nuestros pensamientos, sino que lo aceptamos desde fuera, lo
recibido se acepta pensando y reflexionando, porque “la esencia de la fe
consiste en repensar lo que se ha oído” (Ratzinger).
La fe no es ciega, ni un sentimiento
Escribe el Cardenal Ratzinger en 1973:
“La fe no es un acto ciego, una confianza sin contenido, una vinculación a una
doctrina esotérica o algo parecido. Todo lo contrario: quiere ser un abrir los
ojos, un abrir al hombre a la verdad. (…) La fe es algo más que una confianza
elemental: es promesa de un contenido que me permite confiar. El contenido
forma parte estructural de la fe cristiana. Y esto, a su vez, se desprende del
hecho de que aquel a quien creemos no es un hombre cualquiera, sino que es el
Logos, la palabra de Dios, en la que está encerrado el sentido del mundo: su
verdad”. Creer no es opinar encerrado en la subjetividad, sino apoyarse en
aquél a quien le creemos.
El Catecismo de la Iglesia Católica
enseña que: “La fe trata de comprender; es inherente a la fe que el creyente
desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que
le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe
mayor, cada vez más encendida de amor…” (158)
“A pesar de que la fe esté por encima de
la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas. Puesto que el mismo Dios
que revela los misterios y comunica la fe ha hecho descender en el espíritu
humano la luz de la razón, Dios no podría negarse a sí mismo, ni lo verdadero
contradecir jamás a lo verdadero. Por eso, la investigación metódica en todas
las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y según las
normas morales, nunca estará realmente en oposición con la fe, porque las
realidades profanas y las realidades de la fe tienen su origen en el mismo
Dios”. (159).
La fe es un acto personal y libre: “El
hombre al creer debe responder voluntariamente a Dios, nadie está obligado
contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por
su propia naturaleza”. (160).
La fe y la duda en creyentes e incrédulos
En su libro “Introducción al
Cristianismo” (1968), Joseph Ratzinger escribe que la fe no es lo opuesto a la
duda, sino la confianza en medio de la incertidumbre. La fe no exonera al
creyente de los mismos dramas que vive el incrédulo. En la entraña misma del
acto de fe encontramos la constante amenaza de la incredulidad. El creyente
siempre está amenazado por la caída en la nada, no vive sin problemas. Del
mismo modo el incrédulo tampoco tiene la certeza de que su seguridad racionalista
le salve y que no haya nada más allá de su seguridad “científica”. Nadie puede sustraerse al dilema de
elegir libremente si creer o no creer. Y ninguno de los dos -creyente o
incrédulo-, lo tiene más fácil. Siempre será una decisión: creer o no creer.
El
creyente siempre será asaltado por la duda de “quizás no sea cierto”, como el
incrédulo nunca podrá escapar de la pregunta: ¿y si es verdad? Y lo cierto es que la existencia de Dios
no es un tema de discusión teórica. Si es verdad que existe Dios, no se puede
vivir de la misma manera.
“Tanto
el creyente como el no creyente participan, cada uno a su modo, en la duda y en
la fe, siempre y cuando no se oculten a sí mismos la verdad de su ser. Nadie
puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe”. (p. 44).
La duda
es para Ratzinger lo que impide que cada uno se cierre en lo suyo y pueda
convertirse en posibilidad para la comunicación y el diálogo. Por esto, a su vez, la fe es un salto,
una ruptura arriesgada, porque siempre implica la osadía de ver en lo que no se
ve. La fe es siempre una decisión que afecta a la profundidad de la existencia,
un cambio continuo al que se llega mediante una decisión firme y resuelta.
La fe es la forma con la que el ser
humano se comporta frente a las cuestiones que atañen al conjunto de su vida y
de toda la realidad. Y el racionalismo puede rechazarlas desde el punto de
vista teórico, pero en la práctica nadie puede escapar de estas cuestiones y
tendrá que tomar siempre una decisión al respecto.
La fe no es el resultado de una ciencia
particular con pruebas irrefutables, sino que es un sí que se pronuncia desde
la razón, la libertad y el coraje. No es un obstáculo al pensamiento, sino un
estímulo para seguir pensando.
MIGUEL PASTORINO
Fuente:
Aleteia