Lecciones para vivir como
mortales de algunos sabios que se fueron
Aturdidos
por los múltiples saberes carecemos de la sabiduría fundamental: aprender a
morir. La primera lección fundamental que tener en cuenta es que nos vamos
morir y nuestros seres amados se pueden ir. Solo así podríamos encajar mejor la
realidad de la muerte en la vida.
Las
primeras comunidades cristianas estaban convencidas de que la victoria de
Cristo había derrotado definitivamente a la muerte, se atrevían a retarla:
“¿Dónde está muerte tu victoria? […] Tanto si vivimos como si morimos del Señor
somos”.
Teresa
de Jesús confesaba que la muerte no solo iba a ocurrir sino que no llegaba
suficientemente pronto; Francisco de Asís se preparó a morir cantando “Ven
hermana mía, llévame al corazón del Padre de bondad; introdúceme en el seno de
la Madre de infinita ternura”. Unamuno preparó como epitafio para su muerte: “Méteme,
Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar. Dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar”.
Madeleine
Delbrêl leía la vida no como un conjunto de hechos absurdos e incomprensibles,
sino como una escuela misteriosa: “La vida nos explica la muerte poco a poco, o
de golpe, según los días […]. Unas veces subrayando nuestras pequeñas
muertes cotidianas […], o en cada adiós definitivo a los seres queridos”.
Cobran
para nosotros relieve las reacciones ante la muerte trágica o inesperada de
alguien cercano. He aquí el testimonio de algunas personas con las que he
conversado: “He cambiado mi escala de valores. Para qué sirve atesorar, tener
éxito, saber más…. nada de eso es comparable a la vida sencilla, a la familia,
al encuentro amigable, a construir nuestras personas en el amor”.
“Nuestro
hijo nos preparó para su muerte; la aceptó, la vivió en paz confiado en Dios,
nos pidió ánimo y prometió que seguiríamos espiritualmente en comunión con él;
esa convicción nos ayuda a superar la muerte”.
Estas
heridas y cicatrices confesadas son capaces de iluminar a los que tenemos que
ir afrontando nuestra enfermedad y cercanía a la muerte. Los que se nos fueron
nos enseñaron a vivir como mortales, prestos a partir apoyados en el Padre
creador que nos aúpa de la nada.
Por
Jesús García Herrero
Artículo
originalmente publicado por Alfa y Omega